A IMAGEN Y SEMEJANZA
Dios está más allá de los límites que impone al hombre su comprensión de las cosas.
A medida que éste comprende, avanza, desarrolla sus posibilidades mentales, el límite se corre y Dios también. Siempre está más allá.
Las religiones fueron elaboradas por el hombre conforme su naturaleza y convencimientos circunstanciales. Cuando estos últimos se ampliaron y desbordaron lo previsto, quedaron dos caminos: eliminar a los herejes que amenazan la doctrina, o recurrir a la interpretación extensiva para actualizarla.
El primero de estos caminos alimentó el fanatismo que se endureció e hizo más peligroso a la par del desarrollo de los conocimientos. El segundo obligó a convertir las explicaciones literales de la creación y evolución del hombre en símbolos que tratan de abarcar mucho más de lo que en un principio pretendieron.
Este proceso de estiramiento desdibujó los relatos, los universalizó. Es como una interpretación de Adan y Eva por Rafael o Picasso.
El católico – por ejemplo- en su minúsculo e intolerable orgullo pretende que Dios lo creó a su imagen y semejanza.
Por este pecado de soberbia concibe a un Dios con brazos y piernas, que debe sentarse, caminar, señalar, con barba pulcramente cuidada, con voz de profundas resonancias.
Si los reyes tienen sirvientes y ejércitos, ¿cómo no los va a tener Dios? ¿Cómo el Rey de reyes puede estar solo (pese a su perfección) sin una adecuada Corte celestial?
Perdería jeraquía en la particular escala de valores humanos. Por eso lo rodean de un ejército de ángeles. Estos deben luchar entre sí, anunciarlo con trompetas -instrumento local- , cuidar a cada uno de nosotros, representar el bien y el mal. Y, por supuesto, ser iguales a los humanos, aunque con alas para poder volar, porque Dios en un concepto terrenal plano sólo puede estar en el aire, arriba.
Pero ¿qué es el hombre para pretender representar la imagen de Dios, subconscientemente participar de su naturaleza y, por lo tanto, ser Dios?
Es sólo una partícula del universo que conoce en parte e intuye en lo demás, y que le cuesta aceptar como existente.
A medida que crece el conocimiento del universo el hombre siente que se achica, deja de ser protagonista para formar parte, sólo una parte más del todo, y eso le resuta difícil de tolerar.
Cuando llegue el día del encuentro con otros seres, muchas religiones se quebrarán, pero Dios solo seguirá cambiando de dimensión para nosotros. Siempre estará más allá, abarcando también a los nuevos.
La ciencia progresa hacia el conocimiento del microcosmos y el macrocosmos. Cada átomo es un universo y a medida que lo bombardeamos descubrimos que dentro de él hay más y más elementos, y en cada uno otro universo.
Acaso nuestro universo -continente de innumerables- es sólo otro átomo que integra otro y este otro más, pero eso está fuera de nuestros límites, por lo que Dios sólo se corrió del Cielo de ahí cerca al espacio que consideramos infinito.
Cuando probemos que nuestro universo tiene límites y por lo tanto nos rodean otros universos o integra otra cosa, el resultado será simple. Dios se correrá otro poquito.
Mientras tanto el hombre tiene que ser más humilde día a día, y las religiones abandonar sus fábulas, alimento de la ignorancia, y buscarlo siempre más allá, más omnicomprensivo y menos a nuestra imagen y semejanza.