Apellido y estampa de conquistador, ojos azules, tez sanavirona, machismo y pereza ancestral. Tal vez jugueteó con alguna de las hijas de los porteños. Su destino serrano estaba marcado: ningún trabajo fijo, sólo changas, pala, guadaña, acarreo de agua, cuidado de animales y lo que viniera.
Era un buen hombre, afable y respetuoso. El vino fue su norte y lo carcomió poco a poco: algunas infecciones en los dedos de los pies, una amputación de la pierna derecha y por último la izquierda.
La dueña de casa le construyó una habitación en el fondo de la finca, con retrete en suite. En los últimos tiempos fue empotrado un caño en la pared, con salida al exterior, para que pudiera orinar desde la cama.
En el hospital le dieron el alta definitiva, debía volver para morir en paz.
Al atardecer, una mariposa nocturna, más grande que cualquiera de las diurnas conocidas, se mezcló con la corteza rugosa de un algarrobo centenario. El mimetismo era casi perfecto, sus colores sutiles se confundían con los líquenes que cubrían al árbol.
Esas primeras defensas naturales no engañaron al benteveo que se tiró en picada sobre su presa. Con la velocidad del rayo la mariposa, aparentemente adormecida, abrió sus espléndidas alas y una mirada aterradora de los falsos ocelos enfocó al predador. Nadie había mirado al pobre pájaro con esa ferocidad de puma y certeza de lechuza y un giro imposible desvió el vuelo del cazador frustrado.
Para las noches bochornosas no hay puertas cerradas y la polilla gigante se metió en el cuarto, posándose frente al moribundo sobre la pared percudida por años de dolores e impotencia.
La figura saturnal provocó un desesperado desalojo de lauchas, vinchucas, cucarachas, dos sapos y vaya a saber qué más.
La cara del hombre presagiaba el fin; sin dientes, arrugada, color tiza, no mostraba interés en el presente y menos en el futuro, y no sabía que esa encarnación del tiempo estaba allí, inmóvil, esperando, sólo esperando.
Abrió los ojos y vio venir a la dama de la noche con despliegue de esplendor. Una sonrisa cambió su expresión. La sonrisa es el atributo máximo del ser humano, convierte a los horribles en agradables y a los perfectos en simpáticos. Fue como si volviera la juventud altiva, el humo del pasado alegre.
La mariposa se apoyó con suavidad, desplegó sus alas de bellísimos colores nocturnales: ocres, musgo, lacre, azules y amarillos veteados, con el brillo opaco del terciopelo auténtico. Tapó como una mascarilla veneciana de seda de coyuyo la frente y las sienes y sustituyó ojos por ocelos. El rostro enmascarado y sonriente recuperó la dignidad perdida y partió feliz.
Por la mañana llegó el cura con una fuerte resaca; lo llamaron la noche anterior para dar la extremaunción, pero estaba invitado a un asado con cuero y buen vino. Al entrar al cuartucho no había hombre, ni vivo ni muerto.
Sobre el colchón un arco iris de escamas de alas de mariposa cubría de polvo el lecho abandonado.