LAS ALMEJAS, ¿TIENEN ALMA?
¿Y las almejas? Le informaron que hace años que ya no hay más.
Decepcionado, recordó cuando en su juventud veraneaban en Pinamar y con dos parejas de íntimos amigos iban a la playa, sin olvidarse de llevar sus palitas para llenar un buen balde con almejas ¡Tantos recuerdos gratos, tantos momentos alegres!
Desde entonces han pasado muchos años y en esa playa se han extinguido. Los hombres pueden tener que ver con esa pérdida debido a la explotación comercial o la contaminación del mar. Nadie se pone de acuerdo.
Todavía le gusta caminar sobre la arena mojada, cubierta y descubierta por las olas. Va dejando marcados sus pasos intrascendentes por muy poco tiempo.
El rumor constante de la rompiente, los distintos sonidos de los pájaros, algunos ladridos distantes de perros juguetones, límpian su mente de las miserias del mundo y los problemas cotidianos.
En una de sus caminatas, con sorpresa, se enfrentó con un grupo de agujeros en la arena, de los que chisporroteaban globitos….¡Almejas!
Allí se preguntó por qué sobreviven y defienden su existencia, qué esperan, qué gozan.¿Piensan?
A medida que sumaba años admiraba más la extraordinaria complejidad de la naturaleza, el notable equilibrio de cada criatura hija de la creación, aún las pequeñas, visibles o invisibles. Todos sobrevivimos dependiendo de los demás. Los peces comen peces, los pájaros comen pájaros. Los animales terrestres se comen entre sí. Las plantas compiten por los espacios, dependen unas de otras y de los animales.
Le gustaría vivir todas sus vidas, para saber si los humanos somos completos o si otros seres que comparten este mundo mágico y complejo, tienen o sienten lo que nosotros no tenemos ni sentimos.
Una almeja bien grande salió a la superficie y abrió sus valvas, como si le invitara a entrar en su hogar, sin considerarlo un enemigo. Parecía algo imposible para un gigante cientos de veces más voluminoso que ella.
En ese instante en el cerebro del hombre se encendió una luz que iluminó su alma y lo impulsó a marchar dentro de la almeja.
Pese a su inmensidad ingresó al molusco. No se sumaron sus cuerpos. No había ojos que le mostraran lo que los rodeaba, pero sin ver sintió un corazón amigo, el sistema digestivo y la lengua o pie cavadores que los llevaba bajo la superficie.
Los ojos no eran necesarios para él, porque se fundieron las luces vitales de ambos y así surgió el entendimiento.
Comenzó a gozar la arena y el agua salada que entraba y salía de su huésped. Sintió la frescura y la belleza de ese mundo subterráneo, saboreó con desconocida satisfacción las partículas orgánicas que los alimentaban a ambos, inmersas en el agua filtrada.
¿Cómo relatar que una almeja y un hombre convivieron dentro de la almeja? Describir sensaciones que tal vez nunca otro hombre pudo sentir; hablar de un universo distinto, de gustos y sabores a los que nadie puede imaginar. Contarles el placer que le produjo la circulación del agua entre sus cuerpos y el manjar que es el plancton que transporta ese líquido salado y burbujeante que los alimentó a ambos; la sensación intensa de provocar la reproducción, porque su huésped era macho y dispuesto a luchar por la supervivencia de la especie atacada. Demostrar la potencia de la lengua cavadora cuando entraron en el mundo arenoso o salieron de él. ¿Cómo?
Al bajar dos palmas bajo el suelo quedaron inmóviles compartiendo la amistad y experiencias de cada uno, que ambos absorbieron, en ese espacio en el que todo es absorción y expulsión. Sobre la arena mojada, uno de los agujeros burbujeantes, el que les correspondía, era mayor que los demás y burbujeaba más fuerte y seguido ¿Pero quién podría advertirlo?
Sintió la potencia de la salida al exterior y las valvas se abrieron, La luz que los unía se fue debilitando y se encontró parado, al lado de agujeros con globitos, mirando la inmensidad del mar.
Recién entonces, se apagó la mágica luz del entendimiento.