Caminaba esquivando con amplios arcos el avance de las olas sobre la playa, para retomar la costa como atraído por la succión del reflujo.
No tenía pensamientos, sólo sensaciones, comunión con los elementos. A través de la planta de los pies gozaba la fría y compacta resistencia opuesta por la arena. Sentía cómo el agua escapaba dejando la apelmazada forma de sus huellas y veía cómo retornaba presurosa para borrar su paso intrascendente.
Quien camina habitualmente por la playa es un coleccionista de misterios. Sabe que el mar regala cada tanto alguna de sus posesiones, vivas o muertas.
Por eso, como un pájaro persiguiendo a una almeja, trotó hacia el bulto para atraparlo antes de que la última ola lo recuperara para las profundidades.
Era sólo un caracol grande, muy grande. No hubo decepción porque las cosas simples sintetizan la belleza y su ánimo estaba preparado para acogerla. Tocó con los dedos la superficie. No existe tersura semejante, ni brillo que lo iguale, ni hay blanco más blanco.
¿Qué hacen los sencillos con un caracol grande? – Ponerlo sobre un oído para tratar de oír el mar y confundir el ruido del vacío con la inmensidad del océano.
Como siempre le ocurría, tampoco esta vez pudo escuchar. Pero esa espiral también invita a soplar; rememora a nativos oscuros llamando fantasmas a la puesta del sol.
Y sopló. Él, que jamás pudo obtener de las flautas un solo sonido, que nunca entendió la relación entre el movimiento de los dedos, la posición de la lengua y el aire espirado, logró espontáneamente el sonido más puro, grave e intenso que recordara.
Fluía cubriendo la playa, aunaba la percusión de algas y esponjas, ondulaba como delfines en celo.
Los pájaros se posaron: gaviotas capucho gris, varios gaviotines, una avutarda colorada y algún chorlo, aunque todos mantuvieron sus alas abiertas, vibrando con suavidad como sustentadas por los sones coordinados.
Las olas comenzaron a aquietarse hasta desaparecer en la plácida superficie. Así el mar escuchaba ecos de sus orígenes, inmóvil para asimilarlos mejor, confundido con el cielo en identidad de color.
Deslumbrado, incrédulo, agotó sus pulmones hasta los límites del dolor: ya no se llenaban de aire sino de gozo. Por primera vez había hecho música.
Cuando concluyó, los pájaros levantaron vuelo, el mar se encrespó y los vientos soplaron nuevamente.
Recuperado su aliento, sopló con entusiasmo, pero nada ocurrió. Las sensaciones lo dejaron lentamente y el pensamiento recobró su sitio.